La imaginación dispuesta, con habilidad y creatividad, recoge dulcemente todas las circunstancias que agravan un problema. Es decir, juicios que se han quedado sin respuesta, mientras tratan de buscar en las palabras argumentos válidos. De esta manera, los discursos vacíos ponen en alerta al que no quiere ocultar su problema con falsas argumentaciones. O bien, dicho en otras palabras: el planteamiento injusto del inocente, constituye un avance ante tales evidencias en contra. Es decir, su honestidad fundamental permitirá superar la confusión en la igual desolación terrenal, de justos e injustos. Esto es precisamente la presunta desigualdad entre ambos de alcanzar una vida justa. Aun cuando, cada vez con mayor agresividad, los opositores recusen dicho principio, desvinculándolo de toda justificación opuesta. Sin embargo, lejos de darles la razón, los labios del inocente enmudecen. Y así, el discurso redundante y presuntuoso, pero sin razón, está ya de más. Por tanto, el problema llega a tener un desenlace sorprendente, un misterio incomprensible ante la injuria del honesto. Tal vez por eso se revela el sufrimiento en él. Allá dónde la rebelión se quiebra y el silencio despunta el día, ante un horizonte de nuevas posibilidades. Entonces, la herida de la víctima se transforma y el brazo levantado se quebranta. Al fin y al cabo, trascendiendo toda lógica, la imaginación;
desborda el absurdo en la intimidad.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 131 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.