Comparaciones y metáforas, se convierten en soporte de un mismo género comunicativo. Esto es, en un lenguaje abierto que permite penetrar el océano desde otra perspectiva distinta. Así como espuma marina que salpica el horizonte, en tanto que apacible en el mar confía. O bien, en sentido metafórico, la mente impregna el corazón, a la vez que el corazón y el cuerpo se relacionan entre sí. Por eso, las palabras agitadas en la turbulencia de un proceso afectivo, rompen con toda la lógica del discurso. Siendo así, es inútil buscar un amor tan arrollador en otros mares. Porque en la infinidad se estremece el corazón ante la ejecución de la ira y la dádiva de la calma, donde ésta última sale victoriosa. O bien, dicho en otras palabras: el cambio de rumbo es equiparable al corazón que transforma la existencia, por el amor que confluye en ese afecto. De tal forma que suaviza el cuerpo endurecido con una caricia azulada. Si bien, aunque esto no es más que un modo experimental de balbucear unas enigmáticas palabras, es un ejemplo claro de amor. Pues, toda experiencia ambigua e incluso infiel, se vuelve capaz de comunicar su mensaje con la ayuda de una imagen viva. Es más, reconvierte todo el ser que ha sufrido un cambio para que vuelva a su estado original, afín a la oleada del mar que nos lleva de regreso a casa. En suma, comparaciones y metáforas;
con una flexibilidad asombrosa.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 128 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.