Alma de pobres que actúas en los corazones humildes que necesitan tu fuerza. De tal forma que, liberados de la vanidad y el desprecio hacia otras personas, tomas su mirada para que vean a los demás con inmensa paciencia. Además de vislumbrar los errores propios en la vida, y dónde se anclan estos. Y con todo, aunque la mente le quite importancia a las experiencias traumáticas del pasado, la afectividad sigue sufriendo por esas heridas. Esto es, en sentido figurado, como un ser que riega con abundantes lágrimas la superficie seca que penetra, hasta que reverdece y se llena de flores. O bien, dicho en otras palabras, es comparable a las gotas doradas que devuelven la energía y la bondad a la vista. De hecho, igual que el que no tiene nada no se le ocurriría enorgullecerse por eso, los pobres no se sienten tristes por descubrirse pequeños. Más bien, libres de la suficiencia, están realmente abiertos a la fuerza del alma. Aunque sin su acción no hay inocencia porque, sin duda, la persona estaría buscado el propio interés sin preocuparse con sinceridad por el bien de los otros. También, sin agradecer en efecto la acción de gracias. Ahora bien, si pudiéramos gustar el alma buena, sin mezcla de envidias o rencores, apreciaríamos que no hay nada más dulce que su presencia. Esto viene a decirnos que siempre es posible comenzar de nuevo. Sólo con el alma desprendida;
como río caudaloso que limpia y deja el rostro blanco.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 114 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.