La verdad entra en mi pequeño corazón para que reconozca claramente que yo no soy, ni puedo ser. Puesto que ante cualquier rechazo ajeno, explora mi interior como destellos de luz en medio de las peores tinieblas. O bien, dicho en otras palabras; esa sinceridad conservará un encuentro íntimo y profundo que me impulsa hacia el infinito. Es decir, sin ver con los ojos me permite reconocerle con la mirada del corazón. Allí quiere fluir para que todas mis decisiones profundas sean buenas y sanas. Pero sólo puede entrar poco a poco, en la medida que se lo permita realmente. De hecho, un corazón es cosa seria. Es mucho más que las emociones y los afectos superficiales. Es el más íntimo. Allí están los verdaderos proyectos que nos movilizan, lo que en realidad andamos buscando cuando hablamos. Porque a veces invocamos la verdad tan solo de boca para fuera, sin dejar que toque los aspectos enfermos de nuestra limitada existencia. Tal vez por eso nos resulte trabajoso ser simples oyentes. Sea de ello lo que fuere, semejante sospecha no cuenta cuando el orador advierte que él no es el centro de atención. Esto no significa que el observador se distraiga. Simplemente ocurre que tiene un foco de atención muy superior. Lo importante es la conciencia. Por tanto, sería bueno que estuviéramos más atentos a descubrir y alentar también, los signos de esperanza. Al fin y al cabo, la verdad;
consuela el dolor de quien le ama.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 106 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.