Los actos de reparación desean consolar a los dos Corazones heridos, con injurias e ingratitudes. Son actos que se sitúan en el mundo interior del individuo, en toda su profundidad. Es decir, en particular, forman parte de su construcción, de su cultura. Por ello, es muy significativo que se hagan con todo el deseo del corazón, pero es igual de importante que se difundan a un número siempre más grande de personas. Entonces, no es casual que se hable del corazón de los niños para confiar esta práctica. Igual que, desde esta grandiosa perspectiva, el acorde de la guitarra está en consonancia con un Corazón que palpita de amor por todos los hombres. Por eso, las oraciones se dirigen a eliminar el desprecio y el odio que se oponen a Su entusiasmo. Y ya que él nos enseña a orar, ¿cómo no dirigirnos a él orando? Si bien, a veces ni siquiera hacen falta palabras. Más aún, nos impulsa a expresarnos con un lamento, con un suspiro, con una melodía. Mientras tanto, dejemos que sea él quien nos enseñe, que se haga presente con su luz reparadora para que habite en los corazones de cuántos le suplican. Aunque hay que arrojarse mar adentro, venciendo la oscuridad y la noche. Así, se prueba el gozo de decir a los demás, que nace una nueva cultura que supera y derriba la actual, de la decadencia del ser y de la naturaleza. En suma, los actos de reparación;
suponen el fin de la difusión de los errores en el mundo.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 102 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.