Vive con tal fuerza, que su otra presencia misteriosa nunca me abandona del todo. De modo que sus silencios no estuvieron nunca vacíos, sino repletos de argumentos. Es decir, aunque todavía no se había revelado, comenzaba a decir casi sin decir. ¡Cómo adoro esa manera tan delicada de estar y no estar! Esa poderosa mezcla de cercanía y distancia que lo hace enormemente atrayente. O bien, ese don maravilloso de no estorbar y, sin embargo, estar siempre allí, donde hace falta. Siempre tan respetuoso cuando se retira, como si fueran temas íntimos entre el firmamento y yo. ¿Qué estará pensando? – me preguntaba yo, en aquella época. Los enigmas se unían a otros viejos interrogantes. Yo no entendía. Pero hice lo que deseaba mi corazón, abrasar las noches oscuras en el fuego de un amor sin medida. Ahora tengo la respuesta: no pensaba, sentía. De modo que, con los años, me dijo más sobre el Amor que todas las escrituras. Tal vez fue un aprendizaje para experimentar lo que ya sabía, que es amante de las noches estrelladas y los grandes horizontes. Además de gozar de una natural dignidad que provoca respeto o rechazo, según los hechos. Un gesto de independencia que le conduciría hacia algunas decisiones sorprendentes. ¿Se puede pedir más? Recordé todo lo vivido hasta entonces, como una imagen llena de significado y aplicada a la vida. ¡Todo había pasado tan rápido! En fin, alegre en profundidad, vive;
como luz en mi alma.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 93 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.