El secreto de la Navidad, se hallaba en la alegría de contarte cuentos repletos de detalles sensibles. A fin de cuentas eras un niño, y los niños tenéis un sexto sentido para permanecer felices. Fueron años radiantes, en los que interrumpías tus juegos y venías corriendo: – ¡Mamá, cuéntame un cuento! Entonces, yo te sentaba en mis rodillas. Había una vez, un pueblo que no había visto nunca la Navidad. Sin embargo, la mayoría de los habitantes imaginaban mil maravillas sobre ella, y estaban convencidos de los beneficios que podría prestarles: la salud, la felicidad, y el amor. Es decir, el mero saber que la Navidad estaba en su corazón, les daba la confianza necesaria para sentirse afortunados. Por el contrario, el enemigo que andaba en continuas guerras con ese pueblo, vivía muy triste en su país. – ¿Y qué hizo? – Pues fíjate, dijo: Si aceptamos los bienes de la Navidad, ¿no vamos a aceptar los males? De modo que sus conciudadanos estaban hechos un lío. ¿Sabes por qué? Porque no encontraban explicación a los sufrimientos de la vida. Aunque, ¿qué podía alegar? También yo me sentía pequeña. La multitud prefería comerciar hasta con la bondad y los sentimientos, antes que dar sin pedir nada a cambio. Por esta razón tu ley es un contraste, accesible sólo para los que son capaces de comprenderla. Así que a veces te siento en mi regazo, y otras te contemplo, a lo lejos, como independiente. De hecho, el secreto de la Navidad;
es un don del tamaño de tus sueños.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 92 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.