Contigo volví a escuchar como música a través de mi sueño de mujer. No era yo, sino el amor dentro de mí, que había hecho aparecer la divinidad contigo. E instantáneamente, supe que decir que “sí” era como germinar en mi tierra semillas de rosa. Es decir, sabía que mis ojos y mis manos transmitían esa gracia naturalmente. Percibí entonces la importancia de mi misión, aun cuando tuviera que atravesar por un mar de lágrimas. E intuí al momento, que habías pasado de ser un joven encantador a un hombre juicioso. Por esa razón, sentí más que nunca que sólo los humildes, pueden estrechar las manos de los pobres y pequeños. Entretanto, no necesitabas hablarme para que yo te entendiera, porque nos comunicábamos con el silencio. Pensaba que era tan maravilloso cuanto experimentaba, que solo había que esperar. Por un lado, deseaba volver a estar contigo, aunque me preocupaba cómo reaccionarías ante la música callada de mi alma. Si bien, ¿qué diferencia hay entre el cuerpo y el espíritu dentro de lo más profundo de mi ser? O dicho en otros términos, ¡qué bella es la palabra callada y qué linda música la del secreto interior! Por ende, empezabas a no entender y, al mismo tiempo, ya lo sabías. Me habías mirado, y tu mirada había provocado un canto de libertad que nos iba a permitir nacer de nuevo. Al fin y al cabo, con los años comprendí, que contigo;
sabía sin saber.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 88 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.