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El tren de la Vida

El tren de la Vida nos lleva a la casa del Cielo. Sin embargo, aunque todos vamos dentro, hay pasajeros que se mueven de un sitio para otro sin saber por qué, ni para qué, ni adónde van. De modo que, los pasajeros que no conocen la vía, pierden la esperanza de llegar a la meta del viaje. Esto es, los que van por la vida haciendo el viaje a ninguna parte, necesitan quien les ofrezca en el mundo el sentido de su paso por la tierra. Por fortuna, el día de Navidad subió al tren una madre con su hijo pequeño, y nos regalaron su alegría. En tal caso, si acariciar a un hijo es como acariciar a su madre, admitir a un hijo es como admitir a su madre. Siendo así, la Esperanza hace más llevadero el Camino. Por ello, el sentido más profundo del regalo mencionado es el respeto que se demuestran los pasajeros entre sí. Mientras que, lo perjudicial es hacer el regalo por simple compromiso social. Así, el dicho popular: “De ilusión también se vive”, tiene su parte de verdad. Es decir, el iluso puede vivir de ilusión pero la ilusión, a veces, se queda en un globo pinchado. Con todo, sin niños en el tren no habrá vida en el futuro, ni dulce conversación. En consecuencia, resulta sorprendente considerar que la conciliación y el acuerdo son puramente unidireccionales. Más bien, de nada servirá si no hay interés, decisión y confianza de una y otra parte. A fin de cuentas, el tren de la Vida;

sabe esperar a que las personas y las situaciones maduren.

Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 83 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.