Puro misterio, el conocerle, amarle y sentirle con absoluta confianza. De tal forma que, de cuánto el Amor quería de ella, fundó en él su manera de existir. Así lo experimentaba y lo expresaba en su vida familiar, y en las comunidades que participaba. Por lo que especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora, suscitaba en el corazón humilde, el deseo de dicho amor. En contraste, obediente y escondida, no ambicionaba lo que el Amor no había pensado para ella. De hecho, aceptó la invitación a una confianza sin vacilaciones, cuando no entendía el sentido y la utilidad de la petición. Entonces, del mismo modo que todo consentimiento debe superar la difícil prueba de la duración, no abandonó en la oscuridad, lo que aceptó en las horas de entusiasmo. O bien, en otras palabras; por más duras que sean las pruebas de la vida, en vez de crear distancia, suscita una cercanía continuada y afectuosa. Esto es, como si acogiera de nuevo en el regazo, al corazón que había latido al unísono con el suyo. Por esa razón, las tres rosas rojas que reposan en su falda, simbolizan la belleza de la verdad y del amor, a imitación de la suya. De modo que, quién fija en ella su mirada no pierde la serenidad. Conserva su recuerdo, y se esfuerza en ahondar en su comprensión para acunar al Amor. Esto es, aceptar y conocer el puro misterio;
entregar el cuerpo para sentir el alma.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 69 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.