El amor continuado es todo fuego y llamas. Inflamado en el divino sol, pasa la vida en contemplación, reiterando constantemente los innumerables actos de amor. Así, sin que nada mundano estorbe su afecto, ama por singular privilegio. O bien, figurado como cielo ardiente en el que nunca se extingue el fuego ni de noche ni de día, no se apaga por la noche su lámpara. De tal forma que las actividades de la vida no le impiden el amor, ni el amor le obstaculiza las actividades. Lo mismo que en estado de inocencia, tan feliz es el que duerme como el que está despierto. Esto es porque mientras el cuerpo toma el necesario descanso, su alma, libremente tiende hacia el amor en perfecta contemplativa. De este modo, bien se puede decir: “yo dormía, pero mi corazón velaba”. Es decir, tan feliz soy durmiendo como velando. Por tanto, o el que ama es semejante o trata de parecerse a la persona amada. Si bien, según el célebre dicho: “el amor, o los encuentra o los hace iguales”, vivir el amor continuado es el mejor obsequio que se le puede ofrecer al ser amado. En tal caso, cuánto más puro es un corazón y más vacío de sí mismo, tanto más lleno está de amor. Por lo que todo fuego que arde por dentro, y con llamas de caridad refleja a todos, está perfectamente preparado para amar. Al fin y al cabo, con su ardiente desprendimiento se hace tan bella la caridad, que a los ojos del amor, la llamarada;
vuelve al corazón herido y lo acoge.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 61 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.