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El jardín de las delicias

El jardín de las delicias era el objeto de las complacencias del amor. Como columnita de humo hecha de toda especie de aromas, era en esta florecita, donde se concentraban toda suerte de flores. Mas siendo la más fiel en la observación de la Ley, su suavísimo olor era tan dulce, como las palabras que salen de un interior equilibrado. Por tanto, todo lo que hay de fragancia comprendamos que de ella nos viene. Así bien, podemos suponer que desde el primer instante que la iluminó el día, conoció muy bien la verdad, la hermosura, y sobre todo, su infinita bondad. Por eso, llena de gratitud, comenzó presurosamente a complacerle, amándole con todas sus fuerzas. Y así continuó, libre de cualquier distracción, con todos sus sentidos perfectamente orientados en busca del sol. De modo que sin detenerse en su constante crecimiento, no cesó de florecer, apoyada en su amor. Siendo así, comprendió que el mundo está lleno de peligros, y que quién antes lo abandona está más a salvo de sus lazos. Por lo que viviendo en este mundo como en un desierto, alumbraba en ella, de día en día, la sencillez y austeridad. Así, por ser flor tan pequeña, su perfume subió hasta el cielo, lo mismo que el amor, cautivo por su belleza, otro tanto deseaba de su aprobación para poderla visitar. Pues no hay respuesta más humilde que el asentimiento prefigurado en flor. Por ende, el jardín de las delicias;

colma de alegría el cielo.

Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 55 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.