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El cuerpo y el alma

El cuerpo y el alma, inmune de cualquier suciedad, merece ser digna morada del amor. Antes bien, siendo verdad que entre el alma limpia y los cuerpos hay una distancia infinita, es justo que el amor puro, elija y haga el alma tal cual le convenga. Y siendo lo más justo para el amor tener un alma limpia, así lo hizo. En realidad, correspondiéndole el alma al cuidado que se le daba, su singular carisma alcanzó el grado de pureza apropiado, para ser convenientemente su templo. En consecuencia, el amor habitó en su corazón para dar ejemplo de humildad y de paciencia. Lo mismo que en Navidad una niña mira asombrada, cómo un trineo abre el cielo, mientras expresa con su mirada, que el amor, en tierra extranjera, se ha convertido en su casa. Es entonces cuando el cielo y la tierra se besan, precisamente allí, dónde ella descansa. O bien, el conocimiento sabe muy bien edificarse la casa que le corresponde, y dónde debe habitar. Es decir, si el amor se encuentra corporalmente en medio de ella, no será turbada. Así, cuando el amor le acaricia en forma de copos blancos, toda blanca y siempre amiga, le resplandece el cuerpo y también el alma. De suerte que el cuerpo no le va otra alma distinta, y el alma no puede tener otro cuerpo. Si no ¿cómo se hubiera podido interceder por la superficie helada? En fin, no se trata de lo que vea el individuo. En tal caso, a los ojos del amor, el cuerpo y el alma;

son la misma sabiduría que enaltece corazón.

Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 54 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.