Lo que deseas ver de mí, yo vengo a pedirte. Ese amor que crea, que moldea y que calma, a medida que aventaja en la esperanza y en la liberalidad. Así, con tu observación, seré capaz de comprender toda la historia, el sentido verdadero y el corazón de la expresión. Por consiguiente, tal como me ves crecer y actuar, escuchándote y reflexionando sobre tu prudencia, al punto me formas, me amas y me diriges. En tal caso, alcánzame caridad para con todos, incluso para los que me son adversos. Pues en realidad, el perdón como actitud permanente me resulta de vital importancia, igual que nuestro amor compartido pende de mi comportamiento con quienes me ofenden. O dicho de otro modo: dónde ves alguna miseria, allí acudes veloz, para favorecer con gran clemencia, en una vida que nos sobrepasa. Es decir, cuando te contemplo no veo más que bondad y ternura, capaz de proveer a todos sin que a ti te falte. Ciertamente, ¡cuántas sentencias has sabido hacer revocar, en favor de los que a ti han recurrido! Sin duda, en ti, el pobre encuentra su asilo, el enfermo su medicina y el apenado consuelo. De suerte que, llena de deseo de hacer el bien, tienes tú más ansias de darnos favores, que nosotros de recibirlos de ti. O bien, siempre consigues favores muy superiores a los que podamos pedir. En suma, lo que deseas ver de mí, yo vengo a pedirte;
mi amor, mi vida, mi refugio.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 53 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.