El árbol de la vida posee el amor incansable de un canal que a todos abastece, y todo lo favorece. Por consiguiente, así como el infante saca todo el alimento de su madre, que se lo da proporcionado según su debilidad, vivir la infancia espiritual significa estar fuertemente unidos al árbol de la vida. Esto es ser bastante flexible y manejable, para que arraigue la humildad y la caridad en el alma. O bien, como fuente secreta que de ella nace el agua viva, las almas escogidas beben en su largo vaso de circulación. Por tanto, a diferencia del amor que acaricia a la persona, aparte de la distancia; las almas sencillas y exactas, se encuentran en un estado de amor místico. Esto significa, el ser que se ama está en el amado y recíprocamente. Así, en virtud de esta unidad amorosa, pueden medir el abismo de las adversidades sin exasperar. En realidad, el movimiento circular es una alegoría a la educación materna, pues, aun siendo adultos, tenemos la debilidad y las necesidades de los infantes. Es decir, la visión de la vida influye hasta lo más íntimo de nuestro ser. Porque tanto más rápido se vence al enemigo exterior, cuanto menos debilitado estuviese el individuo interior. Igual que sin conocimiento propio, no hay enemigo peor que uno mismo. Pues si el amor es todavía muy desordenado, todos los actos se mancillan, por el amor propio y la propia voluntad. En fin, a ejemplo del valeroso esfuerzo de un súbdito humilde y de su obediencia, el árbol de la vida;
negocia todos sus frutos.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 44 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.