Las cadenas de amor, aunque de hierro y sin brillo, son cadenas mil veces más preciosas que todos los collares de oro. Es decir, piden el conocimiento de sí mismas y el arrepentimiento de sus faltas, con sencillez. Porque en ellas se desatan y preservan de las prisiones más perversas, no por fuerza como los prisioneros, sino por liberalidad. Dado que si el individuo, habituado a guiarse más bien por los sentidos que por la confianza, se olvida fácilmente de sus obligaciones, un objeto exterior se las recuerda. Por ser de hierro, no se corrompen fácilmente, pues aunque la muerte destruye el cuerpo, no destruirá los lazos de amor que permanecen fieles a ellas. Por ende, sólo el amor puede hacer conocer la verdad escondida bajo las cosas materiales. He aquí la razón por la cual se muestran estas cadenas sin rubor de servicio y dependencia inefable. En cualquier caso, es un encuentro que necesita actitud de espera y disposición, o bien; romper con toda inercia justificativa y salir de sí hacia los otros, para dirigir los pasos por un camino de paz, donde llora el ser humano. En virtud de ello, la realidad supera a la promesa y la llamada se escucha por vía de acción de gracias. De hecho, de esta certeza surge la respuesta de servir con amor y justicia. Si bien, rendidos los pensamientos en el silencio de la mente, las cadenas de amor;
todo lo atraen hacia sí.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 40 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.