Saber esperar, en este tiempo, tiene la finalidad de prepararnos para las fiestas de Navidad. De modo que, en forma de contraseña, un mensajero se exhibe delante de nosotros para preparar el camino. Pues, entre las virtudes que se nos exigen, está la de saber esperar con alegría, lo mismo que se alegra el desierto cuando produce flores como el lirio. Así, el mensajero nos viene a decir que no se ha equivocado en el anuncio. En tal caso, lo que importa desde antiguo es la venida del amor, si bien a veces esté envuelto en señales menos comunes y académicas. La razón es la comunicación de su proximidad, al prestar nuestras manos a restaurar, reconciliar y restablecer el llanto y el dolor, en felicidad y dicha. O bien, es la coincidencia humilde de nuestra propia pobreza la que alcanza su mirada. En vista de ello, si observamos la tierna imagen figurativa, hay una gran diferencia en construirla a golpe de martillo, y hacerla por medio de molde. En consecuencia, los que abrazan el molde del divino mensajero, bien pronto son formados y moldeados en el amor, confiando únicamente en la bondad del modelo para llegar a la figura natural. Por el contrario, los escultores que emplean mucho tiempo sobre una piedra dura o un pedazo de madera tosca, les resulta artificial quizá por haber dado mal algún golpe que daña la obra. A fin de cuentas, es importante destacar que no se arroja en el molde más que lo que está fundido y líquido. Es decir, es menester fundir lo viejo y pasado para llegar a ser lo nuevo y actual. En fin, para ver justamente;
lo sensible y lo extraordinario.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 39 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.