El paisaje de reconciliación nos revela el secreto para saber caminar sin fatigarnos. Es decir, a su paso, se recobran las fuerzas para llevar el peso de la vida. Así, en medio del cansancio del camino, se nos advierte la cercanía de un manantial de cualidades morales, si se cambia el modo de caminar, paciente y comprensivo, consigo y con los demás. O bien, las capacidades naturales florecen en el silencio de la mente, si se esquivan pensamientos inútiles y se evita el absolutismo en cualquier idea. Entonces, liberada la mente de prejuicios, se deja conducir en el camino recto por el amor sincero. Requerimiento indispensable de atención constante, también para los descontentos que andan buscando argumentos para evadir la corrección, y rechazan a quién la hace. Pues, basta con examinar las acciones y la conducta del uno y del otro, franca u oculta, para discernir tanto el error de la precisión, como el frío y hosco del cálido y afectuoso. Por tanto, contemplar cada día el paisaje de reconciliación, ayuda a no caer en la incitación de la violencia de quién desea reprochar. De hecho, son diversos los sentimientos que surgen al mirar la entrañable imagen figurativa. Y sin embargo, es el amor efectivo y afectivo el que resuelve el enfrentamiento. En consecuencia, se asume la confrontación, se agradece y se comienza de nuevo. En fin, la metáfora del paisaje de reconciliación;
ama la meditación y el recogimiento.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 38 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.