Su presencia, siempre misteriosa, es cuanto tiene y ama. Representa luz e inocencia, claridad y respuesta, acogida y escucha. Aun así, exige mucho a cambio de su confianza, pero no duda en obsequiarla a quien se ajusta a su llamada. Con todo, seguirle conlleva un cambio de vida que, en sentido figurado, se asemeja al aprendizaje de un nuevo idioma. La experimentación de una metamorfosis no sólo en el lenguaje, sino también en la forma de pensar. O bien, en otros términos figurativos, la esposa sumergida en el agua debe dominar los mares, del mismo modo que el alma en posición recta gobierna al cuerpo. Es decir, ambos confían tanto en el amor, que no les importa llamar la atención e incluso hacer el ridículo. De hecho, de su presencia depende la horizontalidad de la balanza, a fin de que se ilumine el juicio y desvele multiplicidad de posibilidades. Pues, a decir verdad, son parte de un mismo organismo que vive una sencilla historia de amor. Se prestan oídos de día y de noche, se preguntan en qué sentido hablan sus palabras en la vida y las practican en común. Mensaje que les hace ser libres, en plenitud de proyectos, si lo aceptan con generosidad y servicio a las personas. De este modo, como dos enamorados cogidos de la mano, sobrenadan en el océano;
en toda circunstancia y con naturalidad.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 32 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía Unsplash.