La última decisión goza de plena libertad y de libre potestad para aceptar o rechazar el amor. En ésta se ofrece la posibilidad de descubrir la sensatez, si se elige amar con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la mente. Sin embargo, lo accesorio no debe prevalecer para que no se produzca el alejamiento y el mismo amor quede viciado por la falta de alimento que le sustenta. Pues, al igual que no es verdadera la persona sin hábito de pensar, por tener tantos pájaros en la cabeza se olvida también de sus compromisos. En todo caso, la última decisión es absolutamente necesaria, ya que sin ella, se rechaza la ilusión de entregarse a quién todo lo merece. En verdad, en todo y para todo, el amor puede vivir en la pobreza y la riqueza, en la escasez y en la abundancia, conforme a su fortuna. O bien; el amor requiere estar siempre vigilante para esparcirse libre del egoísmo y de la ambición. Es decir, en un mundo en el que abundan las injusticias, el dolor y la violencia, el amor particular no puede coexistir si somos responsables los unos de los otros. Y, sin embargo, es en el corazón dónde florece el deseo de amar, de crecer y de construir en el servicio mutuo, invalidando cualquier pretensión de situarse por encima de los demás. Una magnífica práctica para quienes eligen colaborar en el progreso de una sociedad, a menudo, confrontada, que sujeta a la decisión concluyente;
busca la justicia y desea la paz.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 29 escrita por Carmen Rafecas. Imagen publicada libre de derechos de autor vía pixabay.