La carta amorosa, en virtud de su intención, comparte el camino de paz y amor. Sin embargo, el seguimiento es especialmente costoso ya que, en caso de decepción, el navegante no puede recuperar su cometido de inicio. Consciente de que lo deja todo, y por ello despreciado, sigue la carta amorosa con admiración. No obstante, de una manera superficial, los desiguales le ponen trabas y exigencias, porque los planes y caminos distan exactos del cielo a la tierra. Es decir, la vela se convierte en estandarte de discusión, como si fuera competente el condicionar la providencia; del mismo modo que se margina lo que molesta y se acepta sólo lo que parece bien. Mas el marino, valiente y agradecido, ama la libertad y, de hecho, su decisión de marchar constituye la pieza clave de aceptación del trance. Pues sabe que, aun siendo libre, con sus defectos y virtudes, las consecuencias son decisivas para su vida. Demuestra que ha innovado sus criterios, valores y actuaciones, en una sociedad de libertades y audacias. Y, por lo tanto, a pesar de todas las incoherencias, es generoso según las exigencias del amor, de las necesidades y las circunstancias. De forma que, llamado a una objetividad saturada de desgracias y obligaciones, empieza de nuevo para penetrar en la historia más bonita de amor. E, igual que no hay nada ignorado que no llegue a saberse;
descubre la confusión y el desorden.
Colección Experiencias de Paz. Foto con historia número 27 escrita por Carmen Rafecas. Imagen de Joel Lacire. Todos los derechos reservados.