El jardinero se guardaba de los primeros impulsos para no correr el riesgo de caer en sentimientos fáciles. Por igual, ataba las pequeñas plantas a una vara de apoyo para darles estabilidad y fuerza. Una elección ayudada por la razón y llevada a cabo por una voluntad constante, sujeta a cambios, y necesitada de soportes. Y, sin hablar ni pronunciar palabra para no limitar su crecimiento;
la lluvia templó su corazón, y el sol sus pensamientos.
Post escrito por Carmen Rafecas.