En la soledad del silencio no probaba ni demostraba nada. Sin orgullo ni vanidad le bastaron los ojos para mirar y la atención para darse cuenta, de que una rosa muy suave le reclamaba su atención. Sin necesidad de imaginarla cerró los ojos como si fuera la única manera de respirar su olor sutil. Y al comprender que su fragancia no duraba solamente un instante;
dos silencios se abrazaron, y dos vacíos se llenaron.
Post escrito por Carmen Rafecas.