Sin hacer alarde de su categoría, endureció su rostro en busca de la unidad perdida. Despojándose de su rango, pasó por uno de tantos como un hombre cualquiera. Y a pesar de estar profundamente conmovido por la fragilidad humana, respetó su libertad tanto para el bien como para el mal. Si un ejército acampaba contra él, su corazón no temblaba. Si le declaraban la guerra, se sentía tranquilo. Si el abatido sentía nostalgia, le levantaba el ánimo. Dos realidades, aparentemente contradictorias, para reunir a los dispersos;
haciendo el bien mayor, que el mal a desasir.
Post escrito por Carmen Rafecas.