Más allá del horizonte, el navegante cree en un nuevo mar. Con su barca zarpa serenamente, con lo puesto y un trocito de pan. Ni ropa de repuesto, ni dinero suelto, le hacen falta para viajar. Fijados sus ojos en un punto perdido, tiempo oportuno que le invita a reflexionar. No le gusta y sí le duele, pero no se cansa de navegar. Porque sabe que cien mil rutas no son suficientes, si con ellas no lo puede alcanzar.
Libre de ataduras regresa a la orilla, con viento favorable o durante la tempestad.
Post escrito por Carmen Rafecas.